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martes, julio 29, 2025
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BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: EL «DOCTOR» RAUL SCARNATTO

Raúl Scarnatto tenía un don, de eso no caben dudas. Con su innegable conocimiento autodidacta, era capaz de sanar cualquier dolencia ósea o muscular que aquejara a sus numerosos pacientes.

 

Nació en Luján en el año 1923 y se mudó a Mercedes después de hacer el servicio militar. En su juventud había sido muy deportista, destacándose en el boxeo y, según dicen, era un muy buen púgil. Quienes conocían sus virtudes boxísticas siempre hablaban de él, como Arley y don Etchegaray, el papá del «Toto».

De profesión colchonero, se casó con Haydée Carmen Telesca, su compañera inseparable, y si bien eran el día y la noche, ella lo apoyaba en todo. Tuvieron dos hijos, Raúl, que lo retaba todo el tiempo y Carmen, que accedió a charlar con nosotros y nos contó detalles poco conocidos de su vida, que aquí compartimos con ustedes.

«Papá, a la mañana, hacía y rehacía colchones y por la tarde ayudaba a la gente que lo necesitaba. De todos lados venían a atenderse a casa, donde él tenía su consultorio, que estaba en la calle 37 número 289, e/ 12 y 14», nos cuenta con orgullo.

Reconocimiento a Scarnatto

Don Raúl nunca estudió kinesiología, su «arte» era innato. Sin embargo, su saber respecto de las dolencias relacionadas con huesos y músculos era tan indiscutido que hizo que el doctor Ganduglia junto a otro médico ginecólogo, el doctor Lozano, lo convencieran de hacer un curso en el hospital Rawson. Con cierta reticencia aceptó el ofrecimiento, sin embargo, al tiempo lo abandonó. Aún así, quisieron entregarle el título, cosa que rechazó «porque no correspondía, no había hecho el curso completo», decía con su sabia simpleza y con un sentido de la corrección impecable.

«Vos le decías dónde te dolía y él te curaba» recuerda con cariño. «Ninguno de la familia aprendió. Ninguno se lo pidió. Tenía mucha fuerza en sus manos», dice. Y agrega, «mi papá no cobraba, le decía a la gente que le de lo que quiera. No se sentía autorizado a cobrar como un médico. Si tenían, le pagaban, si no, no. En los consultorios cobraban por el yeso, por las radiografías y él te solucionaba todo con un tirón. Papá te arreglaba. Y si se trataba de una fractura, o él no podía, mandaba al paciente rápidamente al hospital. Jamás le erró. Era un don natural», recuerda.

Fuerte editorial de Oscar Zárate ante la mudanza de la familia Scarnatto

Durante la charla rememora un incidente que tuvo don Raúl con Julio Cesar Gioscio: «el doctor, una vez se la agarró con papá porque a un paciente de él le dijo que su condición no era para operarse, sino que podía acomodarlo. Cuando terminó de tratarlo, el paciente le dijo a Gioscio que no se iba a operar porque ya lo había curado Scarnatto. ¡No sabés como se enojó Gioscio!. Sus amigos médicos le pidieron a papá que por un tiempo no atendiera más, hasta que se le aplacara el enojo. Después se calmó todo y no hubieron más problemas», recuerda. Y agrega, «es más, creo que una vez Gioscio se lo recriminó en persona cuando papá debió ser operado en el hospital. Pero todo quedó ahí», concluye.

Durante el transcurso de la charla surgieron anécdotas interesantes e increíbles, algunas graciosas, como la vez que le llevaron un mono para que le «acomodara» el brazo o el caso del Haras Pussy, que también lo iban a buscar para que «arregle» los caballos de carrera que tenían problemas. «A uno, que ganó tres carreras, le pusieron de nombre don Scarnatto, y le trajeron plata de regalo» cuenta entre risas.

También tenía pacientes con menos recursos ecónomicos, quienes para mostrar su gratitud y, en ocasiones, por no tener como pagarle aunque nunca pusiera precio a sus servicios, le regalaban animales, lechones, chivos, gallinas.

Otra historia involucra a Capozzolo y a Graciela Alfano. Nos cuenta Carmen: «cuando estaba Capozzolo, iba a buscar a papá para que lo cure. Graciela Alfano también venía a hacerse masajes. Ellos jugaban mucho al tenis. Los vecinos estaban sorprendidos por los Mercedes Benz que estacionaban en la puerta de casa. Es más, yo no lo podía creer hasta que vi el auto ¡y estaba ella adentro!. Yo justo había leído que estaba en Punta del Este, y ella me dijo: No le creas todo a las revistas. Don Paco Cappozzolo traía a gente conocida a atenderse. Una vez vino hasta (el general Albano) Harguindeguy. Papá no le preguntó ni el nombre. Era la época en que Alfonsín era presidente. Le pedí que no le cuente a nadie».

Don Raúl no sabía nada de política, no le interesaba ni se metía en esas cuestiones.

Carmen también recuerda el episodio que tuvo el entonces presidente Carlos Menem, en uno de sus momentos de mayor exposición personal mediática: «Cuando Menem se cayó en la bañera y en realidad le había pegado un bastonazo Zulema -según decían- lo quiso traer Capozzolo a la casa. Su hija no lo dejó. Entonces papá fue a su estancia y lo curó».

Hasta Lucho Aviles hablaba en su programa sobre un viejito de Mercedes que le hacía masajes a Graciela Alfano y que había curado a Menem.

Scarnatto era de ir a los clubes con «Perico» La Placa (que cantaba muy bien), los Zacagnino, con Maneco Schiffini y gente del club Defensores. «Le cantaban serenatas a papá.»¡Hasta Heleno iba a cantar a lo de Perico y salían a dar serenatas!» agrega Carmen jocosa.

Recorrían varios clubes, también el club El Progreso con Petrocini, Ricardo «Virola» Asenzo y Juancito Echazarreta. «En casa había muchas guitarreadas y muchos amigos. Papá era muy querido y muy solidario. Él era muy cómico. Nos hacía reir mucho. Siempre hacía bromas», señala poniéndose seria.

Sobre la solidaridad de don Raúl no quedan dudas, pero hay un hecho que resalta por su grado de generosidad inalterable a pesar del paso de los años:  «Daba sangre, era 0 negativo, lo venían a buscar siempre. Llegué a pensar que lo iban a desangrar. Donaba cada dos meses» rememora.

En el 92, cuenta Carmen, se mudaron a Moreno. Don Raúl se enojaba porque la gente de allí no entendía sus chistes.

Bendición de Paulo VI por haber curado a la madre de un sacerdote

En 2011 Raúl Scarnatto dejó de atender para siempre, falleciendo a los 87 años. «Aún hoy siguen viniendo a buscarlo. Nadie acomoda los huesos como los acomodaba él. Hasta los mismos médicos le mandaban pacientes», recuerda en una mezcla de inconmensurable orgullo y tierna tristeza.

Si bien ninguno de sus dos hijos continuó con la tradición sanadora, Carmen finaliza la charla contando que «una vez, después de que papá falleciera, vino a casa una mujer desesperada porque la atendiera, no podía soportar el dolor. Me pedía por favor le hiciera algo. Yo le expliqué que yo no me dedicaba a curar, que no sabía. Sin embargo ella siguió insistiendo. Me conmovió su dolor, así que recordé lo que mil veces ví de chica, lo que hacía papá cuando atendía y la curé. Era un esguince» finaliza orgullosa.

 

 

 

 

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