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sábado, noviembre 2, 2024

BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: CUANDO LAS VOTACIONES SE DIRIMIAN A LOS TIROS

Los Sucesos del Atrio se desarrollaron en nuestra ciudad durante las elecciones del 27 de marzo de 1898 y tuvieron como escenario principal el atrio de la antigua iglesia Nuestra Señora de las Mercedes, que se alzaba casi en la misma ubicación de la actual, en calle 24 e/27 y 29.

Durante el luctuoso hecho perdieron la vida tres hombres: José Acosta, ex intendente de Mercedes y figura política de relieve que fue asesinado de un balazo en la cabeza; Hilario Otamendi, joven de veinte años perteneciente a una conocida familia, que murió al recibir un disparo de trabuco y otro muchacho, José Coghlan, quien falleció al recibir un disparo de arma de fuego.

Además fueron heridos José Arce, Dolores Flores, Isidro López, Pedro Otamendi, Cecilio Maldonado, Ramón Lavallén, Ciriaco Rivas, Arturo Brown y Vicente Rivielli.

Fueron acusados de ser perpetradores y/o artífices de los hechos el comisario Gregorio Coronel, el ex comisario Juan Mulle, Sebastián Lucero, Rosa Carrizo, Dolores Flores, Segundo Vega, Ramón Vilches, Manuel Olmedo, Cayetano Carranza, Francisco Flores, Vicente Paredes, José Rodríguez, Manuel Martínez, Gerónimo Luján, Marcos Peralta, Luis Villalba, Fortunato Navarro, Natividad Castro, Pedro Robledo, Bartolo González, Jacinto Cabrera y Francisco Barrionuevo.

Día de los Sucesos del Atrio (Imagen gentileza de Daniel Silvestri)

Aquel 27 de marzo era día de elecciones en la ciudad de Mercedes. La gente desde temprano iba llegando al atrio de la iglesia, escenario de los comicios. El aire político mercedino ya estaba cargado desde días antes y los presagios de posibles altercados y trifulcas corrían de boca en boca.

Vigilaban el lugar y sus alrededores a pie y a caballo, personal policial armado, personal del Servicio Penitenciario con fusiles, y estaba presente el comisario Coronel, jefe nato de todas las fuerzas. También había vigilancia apostada en los balcones del Cabildo (luego Palacio Municipal), sobre la propia iglesia y el atrio.

Mientras que en los altos de la recova, así como en la esquina de 29 y 22 (en el almacén de Federico Ghiraldo), disimulaban su presencia elementos de partidos populares o partidos unidos que conformaban la oposición.

Es importante recordar que en aquel entonces (antes de promulgada la ley Sáenz Peña en 1912), todo el pueblo votaba en el mismo sitio, por lo que se daba cita en el lugar una verdadera aglomeración de gente. Además, los votantes se formaban delante del puesto que ocupaba el representante del partido por el que se iba a votar, por lo que el voto no solo no era secreto, sino que tampoco había cuarto oscuro, ni padrones, ni listas de candidatos.

El acto de sufragio era manejado por el «presidente» del comicio, quien decidía todo, con los pros y contras que esta presidencia tenía para propios y ajenos y que siempre traían aparejadas disputas de diversa índole. Y como corolario, hubo momentos en los que hasta se saboteó el reloj del Cabildo, que marcaba la hora oficial de comienzo y cierre del comicio. Por supuesto, estos actos que evidenciaban el caracter bastante precario de las elecciones de aquel entonces, siempre terminaban con hechos de violencia de distinta gravedad, aunque nunca del tenor de los Sucesos del Atrio.

Asimismo, dado que a finales del siglo XIX los documentos de identidad no tenían fotografía, en los comicios votaba gente muerta, gente impugnada acompañada de testigos que confirmaran su identidad, votantes que emitían su sufragio dos o tres veces munidos de distintos documentos y vestidos de distinta manera cada vez para disimular su presencia, etc.

Volviendo a los hechos del atrio, a las ocho y cuarto de la mañana el lugar se empezaba a atestar de civiles, algunos de ellos también armados con trabucos, revólveres, dagas y hasta facones. También se sumaban los escrutadores o fiscales de aquel entonces, designados por sus respectivas agrupaciones políticas para el control del escrutinio. Habían mitristas, conservadores, radicales, integrantes de partidos populares y oligarcas. El presidente del comicio designado oficialmente era Damián Mones Ruiz, mientras que los partidos opositores que marchaban juntos designaron para el mismo cargo a Isidoro «el Oriental» López. Obviamente el comicio no podía tener dos presidentes por lo que el ambiente enrarecido desde temprano se tornó violento, con discusiones a viva voz y amenazas proferidas por todos los sectores. Para las once de la mañana ya se habían desenvainado cuchillos y pistolas en más de una ocasión, aunque sin llegar más que a amagues. A esa hora el comisario Coronel, previa consulta con la jefatura de Policía, manda desalojar el atrio y anuncia que Mones Ruiz presidiría el resto del acto. En ese momento, José Acosta, ex intendente de Mercedes en dos oportunidades, subiéndose a una silla, grita a viva voz: «¡Vivan los partidos unidos y populares!». Oído esto, Dolores Flores del partido mitrista, sin más le dispara a Acosta, quien es alcanzado en dos oportunidades por las balas, una de ellas en la cabeza, quedando herido de gravedad en el lugar.

Enseguida se desencadena un tiroteo del que participó todo aquel que tenía un arma a mano, desde el personal policial y penitenciario hasta los civiles de todos los bandos que, espectantes, esperaban para votar, en algunos casos de nuevo…

Terminado el intercambio de balas, se encontró en el lugar, además de Acosta, a Hilario Otamendi, quien recibió dos disparos de trabuco por parte del peón municipal Rosa Carrizo  y a José Coghlan cuyo cuerpo fue encontrado sobre la puerta que separaba la iglesia de la casa del párroco y que muriera producto de un balazo por parte de un guardiacárcel que, rodilla en tierra, le disparó desde la plaza.

Retratos litografiados de los fallecidos durante los Sucesos del Atrio (Imagen gentileza de Alfredo Bani)

Patricio Rojas testigo presencial de los hechos, le contaría años más tarde a Raúl Ortelli, el ambiente que se vivía aquella mañana de marzo de 1898 y como se sucedieron los hechos: «Desde días antes ya se comentaba que para las elecciones habría peleas en el atrio, donde dos años antes hubieron algunos amagos de violencia, siempre entre los mitristas que estaban en el gobierno y los opositores. Yo tendría unos catorce años y esa mañana salí para el centro a hacer un mandado. En el atrio y las esquinas cercanas había mucha gente. Anduve por todos esos sitios y al llegar a 24 y 27, serían las diez de la mañana, me llamó don Sebastián Lucero, quien me dijo que me retirara de allí, pues había peligro. Tomé entonces la 24 y seguí hasta la 25, en cuya esquina me puse a conversar con otros dos muchachos, que también andaban curioseando. Los tres al rato fuimos por la calle 23 hasta la 28 y por ésta a la 29. Enseguida caminamos hasta la plaza, donde el piquete de guardiacárceles había echado cuerpo a tierra en los canteros. Esto nos alarmó y por la 26 seguimos hasta la 27, donde un vigilante de a caballo nos ordenó que nos retiráramos. Y nos recalcó: «esto no es para chiquilines, porque las cosas están bastante feas». Obedecimos y  por la 26 llegamos nuevamante a la 23, desde donde nos trasladamos a la 24. De allí se veía el atrio. A todo esto serían más de las once. De pronto oímos un tiro y unos gritos y vimos como un gran revuelo o desbande de gente que corría para todos lados y ya nomás sonaron las descargas de fusilería. Estábamos justo en 24 e/23 y 25, a unos cien metros de la iglesia. Todo el mundo corría o disparaba y nosotros también. Por la 23 llegamos a la 16 y por ella a la 29. Por esta calle en una camilla improvisada llevaban a un hombre herido. Era Hilario Otamendi. Nos plegamos al grupo. El herido fue conducido a un negocio de 18 y 29. Allí llegó casi enseguida el doctor Justino Ojea, que lo revisó. Creo que Hilario murió casi enseguida. Era un muchacho más vale bajo, que andaba siempre muy bien vestido y al que todos querían. Cuando estábamos allí llegaron Miguel Otamendi, hermano del herido y Vicente Rementería. Por la avenida la gente de los barrios corría hacia el atrio. Vimos algunos que llevaban el revólver en la mano y entonces doblamos en la 22 y nos detuvimos en la 31 un ratito. Después seguimos por la 31 hasta la 24 y así llegamos a la esquina de Fresno, que estaba frente a la plaza. Montones de personas se movían por allí. A la tarde volví al centro con otro muchcho. Frente al Cabildo había mucho movimiento, sobre todo muchos coches de alquiler. Es que allí se estaban realizando las elecciones malogradas por la mañana. Pero tengo entendido que el Gobierno anuló el acto, puesto que los partidos opositores se negaron a concurrir» contó este testigo privilegiado.

Durante la inspección ocular del lugar llevada a cabo por el juez de la causa doctor Florencio Ortiz y el fiscal doctor Gregorio Gallegos, se constataron más de sesenta impactos de bala en las paredes de la iglesia y el muro perimetral contiguo.

La causa fue fallada el 11 de noviembre de 1900 por el doctor Rafael López Saubidet, con el escribano Tomás Jofre actuando como secretario. En ella fueron absueltos Dolores Flores, Rosa Carrizo, el comisario Gregorio Coronel, el ex comisario Juan Mulle, Sebastián Lucero, Luis Villalba, Bartolo González, Jacinto Cabrera y Francisco Barrionuevo, mientras que se condenó a dos años de prisión a Cecilio Maldonado por abuso de armas y lesiones y a la misma pena a los vigilantes Natividad Castro, Pedro Robledo y Fortunato Navarro y a los guardines Segundo Vega, Vicente Paredes, Manuel Olmedo, Ramón Vilches, José Rodríguez, Manuel Martínez, Francisco Flores y Cayetano Carranza, los cuales recurperan recuperaron inmediatamente la libertad por compurgación.

 

Fuentes: Mercedes en el recuerdo y La sangre en las esquinas, Raúl Ortelli

 

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