Tenía el nombre de un Rey Mago… Baltasar. Llegó, chiquito, en el piso de mi auto, fue el último hijo de su mamá. Quizás eso explique la densidad de ternura que poseía, en cada gesto, en cada mirada, en cada gramo de su ser (y eran muchos). Ella debe haber dejado en él, lo mejor de sí misma.
Como tanta gente que aman los animales, nuestra vida en los últimos diez años no se explica sin él. Es más, me atrevo a confesar que aprendimos tanto de él, como él de nosotros. En cierto contexto esto puede parecer una herejía, o al menos una exageración, pero no lo es.
Cuidó de todos los habitantes no humanos de la casa, les prodigó cariño sin importar la especie, edad o estado de salud. Y fue, indiscutiblemente, uno más de la familia, cariñoso, juguetón, fervorosamente comilón y empedernidamente mimoso.
En un mundo que se vuelve cada vez más hostil y más egoísta, Balta nos devolvía el mensaje de la mansedumbre y el sosiego. Dar a los demás, compartir, ser feliz en presencia de los otros. No era tan difícil en su compañía…
Sus objetivos eran perseguir el indomable chorro de la manguera, rescatar una pelota o una persona en medio del río, desgastar con paciencia un tremendo hueso escondido y subir atropelladamente al auto para ir a pasear.
Así fueron pasando los años y en cierto modo envejecimos juntos. Siempre a tu lado. Nuestros cuerpos se fueron cansando, el tuyo un poco más rápido solamente.
Hasta que decidiste partir para que nosotros no te viéramos sufrir más. Tu último acto de amor fue quedarte dormido y evitar así que tuviéramos que ayudarte a viajar. Digno de vos.
Ahora podrás jugar sin descanso, no tendrás que venir a buscar ayuda a nuestra pieza cuando suene un trueno enfurecido o el viento traiga una tormenta. Ya no sentirás miedo…
No te preocupes por nosotros, estaremos bien. Tenemos mucho de tu bondad guardada para enfrentar tiempos mezquinos. Y tus recuerdos siempre a mano, por si flaquea el corazón.
Tenías el nombre de un rey mago. Habías nacido un 5 de Enero y eras negro, pero la magia no era la fecha ni el color. Era esa alma enorme repleta de bondad que nos diste sin especular nunca. Ni un poquito así…
Descansa ahora viejo amigo, ya nos volveremos a ver. Te lo prometo.
Y las promesas se cumplen.
¡Chau Balta querido!
Oscar Dinova, texto
Diana Manos, fotografías