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sábado, septiembre 27, 2025
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BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: PESTES, EPIDEMIAS Y PLAGAS QUE ASOLARON LA CIUDAD

La historia de Mercedes registra, al menos, tres malones que han marcado hitos por la ferocidad de los ataques: en 1780, 1821 y 1823. Aún contando las víctimas de los tres embates de manera conjunta, no se llega al número de decesos que, por sí sola, dejó la epidemia de cólera que se desató en Mercedes en el año 1868.

Pintura que muestra la fachada del lazareto. Obra de Constantino Cueto (Imagen gentileza de Graciela Barbella)

Según fuentes muy bien documentadas, la peste se desató por la conjunción de algunos factores que hicieron que la enfermedad azotara a la población de manera especialmente violenta: un verano extremadamente caluroso, una agobiante e intensa sequía y, lo peor de todo, la contaminación de la primera napa de agua, utilizada para el consumo diario.

Y para agravar la situación, en aquel nefasto verano se presentó una manga de langostas de magnitudes bíblicas que arrasó con las cosechas de una manera que nunca volvió a repetirse en Mercedes. Los insectos cubrieron literalmente la ciudad y los caminos, devoraron todo lo que había a su paso y cegaron pozos y jagüeles.

Días de dolor y de duelo se abatieron sobre la ciudad, sobre todo en el barrio de Los Sapos, donde la epidemia causó los mayores estragos.

Era normal ver al doctor Eugenio Obdulio Hernández ir y venir a todas horas con su fiel cochero, para tratar los casos más graves, máxime teniendo en cuenta que fue uno de los pocos médicos que prefirió quedarse a hacerle frente a la mortal enfermedad, a diferencia de otros colegas que decidieron refugiarse en Buenos Aires.

El doctor Eugenio Obdulio Hernández de encomiable labor durante la epidemia de cólera (Imagen gentileza de Juan Carlos Doratti)

Para tener dimensión de la ferocidad con que la enfermedad asoló la villa, examinemos algunos datos. Se estima que para aquella época la ciudad albergaba unas ocho mil personas. En tan solo un mes y medio se produjeron 824 defunciones, según lo atestigua el registro de la parroquia llevado por el padre José Antonio Chantre. El triste saldo de víctimas fatales desde enero a octubre de ese mismo año fue de 1189 muertes por cólera. A este luctuoso número hay que adicionarle al menos un centenar de óbitos cuyos entierros se llevaron a cabo de forma clandestina y que no constan en los registros oficiales. Es decir, más del 15% de la población mercedina falleció en menos de un año como consecuencia de la epidemia.

Tres años más tarde, en febrero de 1871, cuando la población aún no se había repuesto de los estragos del cólera, se desató otra vez en verano, una nueva epidemia, esta vez de fiebre amarilla (enfermedad viral que se transmite a través de la picadura de ciertas especies de mosquitos), que ocasionó numerosas muertes especialmente en el sector oeste de la ciudad.

Una de las primeras medidas que se adoptó fue la habilitación de un lazareto, que se instaló unas veinticinco cuadras de la planta urbana, bajo la dirección del doctor O´Farrell. Estaba emplazado a metros de la intersección del actual Acceso Manuel San Martín (Acceso Sur) y la calle que desemboca en el cementerio (calle 144).

El lazareto (Imagen gentileza de Alfredo Bani)

El edificio, que ya era viejo en ese entonces, constaba de dos pisos con un balcón que se proyectaba un metro hacia afuera. En tiempos lejanos se le conocía con la denominación de Portalaborda. Algunos aseguran que era el puesto de entrada a la estancia de José Arce. Allí se asistía a los enfermos ya desahuciados y se depositaban los cadáveres a la espera de un turno para la inhumación.

Años más tarde, en 1875, funcionaría en el mismo lugar una pulpería famosa, después la Escuela Nro.13 e incluso un club social que alcanzó gran fama por sus bailes.

En 1895, nuevamente una nueva voz de alarma surgiría en nuestra ciudad. A través de un lacónico aviso aparecido el 8 de febrero, el intendente Leopoldo Ojea le comunicaba lo siguiente a la población: «Estando comprobada la existencia de cólera en esta ciudad consideramos que es deber del pueblo velar por su propia conservación. A este objeto nos permitimos invitar al vecindario a una reunión que tendrá lugar hoy a las 10 a.m. en los salones del Club Social para constituir el Comité de Salud Pública».

Para hacer frente a la nueva epidemia se formaron comisiones de higiene, tanto urbanas como rurales que realizaron una labor ímproba: visitaban casa por casa observando su estado higiénico y comodidades, teniendo que luchar muchas veces con la incomprensión de no pocos vecinos que no querían acceder a la obliteración de sus pozos y aljibes, ni hervir el agua para el consumo.

Como consecuencia de los estragos ocasionados por las sucesivas epidemias, conociendo que la causa principal era la contaminación de las napas de agua, ese mismo año y a instancias del propio intendente Ojea, se elevó un proyecto de ordenanza al Concejo Deliberante sobre la instalación de un servicio de agua corriente domiciliaria, destinado a abastecer al menos a unas cien manzanas de la ciudad, obra que se concluyó tres años después.

Como dato anecdótico la usina de Aguas Corrientes se construyó en las calles 21 y 26 (en el actual Museo Municipal de Ciencias Naturales Carlos Ameghino), en donde se levantó un edificio para albergar la gran bomba aspirante, la caldera con su chimenea y el enorme tanque metálico para la distribución del preciado (y salubre) fluido. La primera cañería se extendió a lo largo de la calle 26 hasta la 29 y luego a todo lo largo de esta última.

Así se veía Mercedes en el año 1895 desde el tanque de agua corriente emplazado en calles 21 y 26 (Imagen gentileza de Daniel Silvestri)

Un nuevo foco epidémico volvería a sacudir, años más tarde, el normal devenir de la vida mercedina: esta vez fue el turno de la fiebre tifoidea. Recordemos que esta es una enfermedad infecciosa potencialmente mortal causada por la bacteria Salmonella Typhi, que suele transmitirse por agua o alimentos contaminados con materia fecal.

Si bien en esta ocasión no se registraron tantas muertes entre la población, la causa determinante de este nuevo brote se atribuyó a la absorción a través de las bombas, de aguas viciadas existentes en la vecindad. En esta ocasión, habría que esperar hasta 1930, para contar con obras sanitarias que aseguraran la potabilidad del agua para consumo.

 

Fuentes: Adivinas, fantasmas, cuchilleros y otros ensayos, Raúl Ortelli / Historias lugareñas: Mercedes te informa, Oscar Pozzi / La sangre en las esquinas, Raúl Ortelli

 

 

 

 

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