SEGUNDA PARTE – CARNAVALES MERCEDINOS EN EL SIGLO XX
Con la llegada del nuevo siglo históricas comparsas que habían nacido a finales del 1800 se hicieron más masivas. Sus características empezaron a quedar registradas en la historia cercana de nuestra ciudad y constituyó uno de los períodos más ricos de la historia de los carnavales de Mercedes.
Numerosos personajes y comparsas se hicieron populares entre la gente. Prueba de ello es la categoría llamada «falsos negros o candombes blancos». Estaba integrada por gente de clase media que, ante el éxito alcanzado por la comparsa de los Morenos de San Benito o Negros Unidos, desfilaba con sus caras y cuerpos tiznados para parecerse a ellos.
Con la ola de inmigrantes europeos que se dió a principios del 1900 los grupos empezaron a conformarse de acuerdo con sus lugares de origen. Así estaba el Orfeón del Plata, con inmigrantes españoles que marcaron un hito, dirigidos por Augusto Mingot y desfilando además con una orquesta, o los Pescadores procedentes de Italia. Cada país que tuviera inmigrantes en nuestra ciudad se veía representado en los desfiles a través de gente que vestía a la usanza de su tierra y mostraba sus bailes típicos, tal vez como necesidad de mostrar parte de su historia y para no perder del todo el contacto con sus orígenes.
En una suerte de sana competencia desfilaban también los integrantes de los centros nativos, integrados por criollos que vestían sus mejores galas tradicionales para la ocasión y mostraban sus mejores carruajes y caballos. También hacían demostraciones de danza folklórica.
Numerosos y reconocidos personajes que desfilaban en solitario se sumaban a las pasadas al estilo de máscaras sueltas. Eran famosos el Carlitos Chaplin de Nicolás Colicigno, el cowboy de Roque Coliccino, el «toni» de Américo Vila y el payaso de Nico Lecouna.

Otro producto del crisol de razas que se afincó en el país fueron los cocoliches. Así se denominaba al inmigrante, en especial al italiano, por su dificultad para pronunciar bien el español. Su disfraz era una bombacha estilo gaucho pero confeccionada con una tela a cuadros o con parches muy coloridos y un sombrerito pequeño y desaliñado. Entre los más conocidos se encuentra el grupo conformado por José Cestari, un muchacho de apellido Recalde y Macho Peyruc, trío «cómico» de ese entonces.
Y, por supuesto, nadie movía mejor la cola que Miguel Molina representando a un avestruz.
Por su parte, Antonio Chuffo fue durante años el Oso Mariano que munido de una pandereta iba atado a una cadena que llevaba su amo… hasta que una noche, no se sabe si por cansancio o por qué, el Oso Mariano no quiso seguir las instrucciones de su domador, por lo que este lo volteó de un garrotazo. El público lo abucheó, la policía se llevó a ambos a la comisaría. Finalmente el dúo se reconcilió y siguió desfilando por años.
Fue grande la camada de representantes que se disfrazaban de «Moreiras», quienes además de caracterizarse al estilo del gaucho se prendían en payadas. Estaba el «Zorzal» de Santos Monterrosa; «Calandria» de Felix Gubernatti, Enrique Paganini que podía recitar el Martín Fierro de memoria, estos dos últimos del barrio del Tambor. También son recordados los Moreiras de Cochengo Cestari que desfilaba con su «china» cargada en los hombros; Antonio Dicatarina y Pedro Denápole.
Por su parte, en el período que va de 1915 a 1930 se pusieron de moda los disfraces de «cosas» como el «florero» que interpretaba Santiago Puricelli.
A mediados de la década del 30 por diversas razones, entre ellas altercados de distinta gravedad que se desarrollaban durante las festividades, los carnavales comenzaron a opacarse… hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando volvieron a recuperar su esplendor.
Fuentes: Mercedes es un corso / Adivinas, fantasmas, cuchilleros y otro ensayos y La sangre en las esquinas, Raúl Ortelli