Hacia el año 1860 se levantaba en el espacio conocido como «la 26 al fondo», prolongación de la actual calle 26, en la curva que se encuentra metros antes del río Luján y muy cerca del monumento a la Cruz de Palo, un importante edificio de dos plantas en el que funcionó hasta 1910 la Pulpería de Villar, que fue demolida en la década de 1960.

El negocio estaba regenteado por los hermanos Lopez del Villar que habían llegado a Mercedes desde su país natal, España.
Existen en el Archivo Histórico del Departamento Judicial de Mercedes varios expedientes de aquella época, donde se pueden ver diferentes causas que involucraron a los hermanos Villar, al parecer, gente de malos modos y propensa a las peleas. Son causas originadas por el mal trato prodigado por estos hermanos a terceras personas al cobrar el derecho de pontazgo sobre el puente 3 de Marzo, por insultar a las mujeres y otros hechos de violencia como, por ejemplo, matar el chancho del juez vecino de ellos. Esto demuestra el fuerte carácter de estos personajes, que se imponían en la zona y eran descriptos como hombres a caballo, de poncho y trabuco.
La fachada de la pulpería mostraba varias puertas de ingreso y debajo de la habitación del piso superior, que oficiaba de vivienda de los hermanos Villar, se encontraba la parte que correspondía a la atención al público. Trasponiendo el umbral de la puerta principal se veía una reja sobre el mostrador que separaba con gruesos barrotes a los parroquianos del dependiente. En ambos lados había bancos de madera y frente a la ventana, una pequeña mesa. En sus veinte metros de frente tenía una amplia vereda de ladrillos, y bordeando la misma, a modo de contención, ocho postes en hilera, de gruesa madera redonda con cabezas y unidos por cadenas (utilizados para la sujeción de las riendas de los animales), clásicos en todo almacén de campaña.


La cercanía de la pulpería al río Luján y la existencia misma del puente 3 de Marzo, subrayan el valor estratégico del lugar.
Sobre este puente es dable destacar su nombre mismo, que conmemora que el día 3 de marzo de 1865 Mercedes fue elevada a la categoría de “Ciudad”. Este puente es además uno de los más antiguos sobre el río. En él se ejercía el “Derecho de Pontazgo”, una especie de permiso de peaje que era adquirido en público remate y conformaba en el aspecto legal una serie de obligaciones: el contratista se comprometía a mantener el puente en buen estado y a su vez cobraba al usuario. El “Derecho de Pontazgo” en este caso se remataba al mejor postor por un año con derecho al siguiente y tuvo diferentes “rematadores” a lo largo del tiempo.
Cabe mencionar que para la época en cuestión los “rematadores” eran los ganadores del derecho. Era importante residir en las cercanías del puente para poder cobrar los peajes y mantener los faroles a kerosén que señalaban al mismo.
Cuenta Raúl Ortelli, en su libro La Sangre en las Esquinas, que durante años fueron mantenedores de aquel servicio de peaje, cobrado tanto al coche, la majada, la tropilla, la “bueyada”, el arreo chico, mediano o grande, “los gallegos Villar”, que no eran gallegos sino andaluces, decidores y entrometidos, y si las cosas venían a mal muy dados también a “pelar” la faca y si venían a peor no eran remisos a sacar el impresionante naranjero traído de su país. (…) En algunos casos solían cobrar el peaje antes de que carruajes y animales pusieran pie en el puente y esto muchas veces ocasionó protestas y hasta peleas. En cambio les aseguró la paga, cosa de mucha importancia. Porque allí no había vigilantes para determinar el cumplimiento de las obligaciones y así “los Villar” tenían que arreglárselas, solos, enfrentando a individuos que a veces no conocían más ley que su capricho, servido por las armas. La gente no los quería y para no pagar el derecho, si no había correntada peligrosa, vadeaba el río junto al mismo puente, con los novillos o el carruaje. (…) Casi todos le hacían la gambeta al puente y entonces los Villar buscaron y encontraron la solución. Durante la noche, ellos y cuatro peones, zanjaron la base del río y cortaron casi a pique las márgenes y barrancas. De la primera majada se ahogaron cuatro o cinco ovejas. Después se quebró algún caballo, los ocupantes de los carruajes sufrieron penurias… (…) El caso es que el tránsito volvió al puente y aquellos a sus reales y patacones.
Anteriormente a los Villar, en el mismo lugar existió primero una posta que posteriormente fue una ranchada que finalmente derivó en pulpería. Este era el lugar donde concurrían lo gauchos de la época, y donde sábados y domingos se juntaba gente de toda laya y entonces había de todo: riña, taba, carreras y peleas infaltables. La llamaban “La Pulpería de Barrera” por su dueño, don Dionisio Barrera. Allí paraba incluso la mensajería que hacía su recorrido hacia el norte por el mismo camino.

Este negocio con casa de familia estaba instalado en una enorme ranchada de por lo menos veinticinco metros de frente, por seis o siete de profundidad, con tres puertas, cuatro ventanas chicas y unas cuantas troneras más o menos disimuladas por las cuales, en caso de ataque indio o no indio, aparecía la boca de los trabucos y carabinas Merril, ya a chispa y aún a fulminante, que recién estaban haciendo su presentación. Lo cierto es que allí hubo grandes entreveros y hasta se cuenta de un malón que habría tenido lugar en el año 1849.
En la pulpería de Barrera, las mensajerías cambiaban los caballos, el mayoral y el postillón. Esto último sólo cuando el carruaje era tirado por más de dos yuntas. A veces por exigencias del servicio viajaban juntas dos o tres galeras, lo que ocurría también cuando merodeaban indios por el camino.
Cerca del año 1910 los hermanos Lopez del Villar deciden regresar a España, por lo que abandonan el negocio de la pulpería y almacén. Luego hay un vacío de datos.
Los últimos registros catastrales indican que alrededor de 1960 el predio fue adquirido por Ulises D’Andrea a la sucesión de Domingo Marchetti. Fue D’Andrea quien ordenó la demolición de la construcción, en el año 1965.
Fuentes: Historias de un lugar en las afueras de Mercedes: la 26 al fondo, Sonia Lanzelotti y Gabriel Acuña Suarez / La Sangre en las Esquinas, Raúl Ortelli