PRIMERA PARTE
El de Los Sapos es el más famoso de los barrios mercedinos. Popularmente conocido también, como Barrio «Del Sapo». Fue por sí solo una historia, una leyenda, una novela con personajes de carne y sangre, un drama con tremendas pasiones y anécdotas de vivísima incidencia humana.
Se extendía por las calles 37 a 47 y 12 a 22, mientras que otras crónicas lo ubican originalmente desde la calle 35 hasta la 47 y desde la 12 a la 24.
Era un barrio catalogado como de dudosa moralidad, caracterizado por tener vecinos de humildes condiciones económicas, que convivían diariamente con proxenetas, cuchilleros y vagos.
Todo sucedía casi siempre en algunas calles típicas del lugar, como la esquina de 14 y 41, donde Nicolás Romano tuvo un negocio de almacén; la esquina de 16 y 41, donde se alzaba el boliche de la viuda Adelaida, que atendía el negocio acompañada por sus tres hijas jóvenes.

La esquina de 18 y 41, almacén de José Lopardo; la esquina de 22 y 41, donde estaba Olga con su casa de tolerancia, al igual que en la calle 14 e/41 y 43, donde Emilia regenteaba otra casa del mismo tipo.

Pero, ¿por qué se le llamó barrio de Los Sapos a esta zona?. Según ciertos informes, ya en 1870 el lugar recibía esta denominación. Hay quienes aseguran que proviene de muchos años antes. Tal vez se originara en una peste desatada en 1858, cuyo síntoma distintivo era un sarpullido grueso y molesto. El remedio más efectivo para este mal lo proporcionaba una vieja vecina del lugar, doña Zoila Palleros, afamada curandera que aconsejaba colgar un sapo muerto de la cintura para contrarrestar efectos y prevenir el contagio.
Y siguiendo con el tema de curanderos, no podemos dejar de recordar que este también era el barrio de don Remigio Barraza, curandero, espiritista y aventajado discípulo de Pancho Sierra.

Era también de la calle 12 e/41 y 43, doña Policarpa Montes, que curaba con yuyos y doña Pepa Paniagua, que lo hacía mediante imposición de manos.
Sobre la calle 14 e/41 y 43, donde se levantaba una serie de humildes ranchos, vivía doña Libertaria Carrizo, que recomendaba agua fría para subsanar cualquier dolencia.
También, en calle 41 e/18 y 20 atendía Paula Mercado, famosa por sus ungüentos de grasa de potro para los dolores musculares, logrando por cierto resultados apreciables.
Mención aparte para Joaquina Piedrabuena, curandera «especialista» en mal de ojo. Su particular tratamiento consistía en arrodillar al paciente en un rincón de la habitación, con una vela encendida en la mano frente a una imagen sagrada, mientras ella rezaba en murmullos, intercalando cada tanto algunas palabras misteriosas.
Y no podemos olvidar a otras dos curanderas de renombre por aquellas épocas: Escolástica Benítez y Ramonita Farías.
En calle 16 e/37 y 39 vivió don Severiano Salvareza. Le faltaban dos dedos de la mano derecha, perdidos en sabe Dios que entrevero, pues solía decirse que de muchacho no había sido lerdo para el cuchillo y para meterse callado en casas ajenas. Salvareza demostró que no necesitaba aquellos dos dedos para tirar las cartas de modo muy convincente. Tenía una numerosa y variada clientela femenina.
Otra adivina famosa del barrio de Los Sapos fue la «parda» Inocencia. Tenía fama de hermosa morocha que tiraba las cartas, curaba ojeaduras y sobre todo, tenía el poder de hacer «daños» o neutralizarlos. Munida de un pañuelo, un retrato o algo de uso personal de la persona a la que se quería intervenir, se decía que la «parda» Inocencia era capaz de torcer el destino de la gente a favor o en contra de los intereses de quienes la consultaban.
Sobre la calle 41 e/20 y 22 vivía otra adivina. Le decían la «Potranca». Vivía al lado de un prostíbulo, por lo que sus clientas eran mayormente las mujeres que trabajaban en él. Se dice que a veces las atendía trepada sobre la medianera que separaba su casa del lenocinio.
Entre tanto curandero, sanador y adivinador de la suerte, no es raro que el barrio haya tomado su nombre de una práctica doméstica de sanación, sobre todo en tiempos en los que los médicos no estaban al alcance de todos.
Sin embargo hay otras variantes sobre el origen de la denominación del barrio. Otra versión indica que a mediados del siglo XIX un inmigrante italiano abrió un boliche en el que instaló un juego de sapo que enseguida atrajo mucha clientela.

También se especula con que el verdadero origen del nombre proviene de la enorme cantidad de sapos que habitaban en el lugar, al amparo de grandes zanjones, desagües primitivos de aquellas épocas.
Lo que nadie niega es que en tiempos lejanos, desde 1880, este fue un barrio destacado de Mercedes, estimándose incluso que por allí surgió el primer núcleo poblacional de la ciudad.
Fuentes: La Sangre en las Esquinas, Raúl Ortelli / Cuentos de un Cuarto de Milenio