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lunes, marzo 27, 2023

BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: ADIVINOS Y CURANDEROS FAMOSOS

Mercedes no tuvo ni un Pancho Sierra ni una Madre María entre los pobladores de sus primeros tiempos, cuando los médicos eran escasos o directamente no había. Sin embargo, tuvo una miríada de curanderos, adivinos y tiradores de cartas de renombre, que hacían las veces de galenos y que gozaban de cierta reputación.

Ya en el año 1790 las crónicas mencionan a la «Parda Juana», que asistía a parturientas con saber y quehacer rudimentarios. Además curaba todo tipo de dolencias y males con yuyos y palabras.

Otra pionera del curanderismo, que se ha podido rastrear en los registros históricos de Mercedes, era Flora Barrientos, que atendió consultas durante unos cincuenta años. Vivía en un rancho de varias habitaciones en la calle 20 e/19 y 21. No solamente curaba el empacho y la ojeadura, males que aquejaban comúnmente a grandes y chicos, sino también otras dolencias mayores, dada la cantidad de gente que diariamente hacía cola para consultarla. Su clientela era variada y abundante y venía no sólo de ciudades vecinas sino también desde Buenos Aires.

Se sabe que durante el proceso de sanación invocaba continuamente a Dios y además de súplicas y plegarias al Supremo, solía utilizar brebajes preparados a base de yuyos.

De hecho, un diario de la época la llamaba «la médica de los yuyos» y hoy en día podría haber sido catalogada como fitoterapista, si hubiera tenido una formación más profesional.

Aquella mujer conocía las propiedades curativas de las plantas y los secretos de su preparación para utilizarlas en el tratamiento de los males que aquejaban a su clientela, como así también la manera de prepararlas en tés, ungüentos, brebajes, cataplasmas y demás.

Flora Barrientos fue la curandera más famosa de Mercedes y al morir, ya anciana, en 1873, media ciudad le rindió homenaje formando una larga caravana que acompañó sus restos hasta el cementerio.

También era famosa Teresa Meraldi, que publicitaba sus servicios en el diario La Reforma de la siguiente manera: «ADIVINA Y CURANDERA: la grande y célebre adivina Teresa Meraldi, única profesora de la adivinación  y profesora de varias ciencias, se hace un deber en avisar a su numerosa clientela y al público en general que ya no vive en la calle Las Piedras y que ahora tiene su estudio de consultaciones de adivinación en la calle Corrientes Nro.61, entre Reconquista y San Martín. Las personas que gusten hacerse adivinar ocurran (sic) desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche que serán atendidas; la profesora es muy conocida por todo el mundo por el acierto de sus cálculos científicos. Adivina el pasado, el presente y el porvenir. Habla cinco idiomas. Nota: las familias pueden ocurrir (sic) con toda confianza que encontrarán una casa con toda decencia. Calle Corrientes Nro.61 entre Reconquista y San Martín.» (Mercedes)

Otra adivina de vasta clientela era doña Goya Oliva, quien en 1876 ya contaba con fama de pitonisa infalible. Vivía y atendía en la calle 28 e/15 y 17 y entre sus dones figuraban tirar las cartas, la adivinación y las curaciones. Continuamente era requerido su «saber», especialmente por parte de mujeres de todas las clases sociales y se dice que ha tenido aciertos, si se quiere escalofriantes, como el vaticinio a una cliente a quien le anunció que un ser querido muy cercano, ya sea su esposo o su hijo (seguramente enfermo), no tenía cura probable. De hecho, poco tiempo después se produjo un óbito en la familia, tal cual había sido predicho.

Las cartas viejas y grasientas salían de sus manos sarmentosas y sin demasiada diplomacia le decía a la gente el destino inmediato, bueno o malo, según iban surgiendo los naipes.

Doña Goya murió entre los años 1918 y 1920 y quienes la conocieron aseguran que desempeñaba su «ministerio» como la expresión de un mandato superior. Si bien resultará macabro, el dato es real: se tomó conocimiento de su muerte luego de varios días de ocurrida, cuando su cadáver ya estaba siendo devorado por ratones e insectos.

Otras curanderas y adivinas famosas fueron Gregoria de Canesa, que atendía en inmediaciones de la cárcel y su discípula Pedra Montenegro, que vivía cerca del puente del Cañón y luego en la calle 30.

De Pedra se sabe que en cierta ocasión cobró doscientos pesos a un quintero para hacer un trabajo que evitara que su hijo fuera convocado para hacer la conscripción. A pesar de la quema de yuyos, invocaciones varias y demás «brujerías», el joven fue llamado a enlistarse no solo uno, sino dos años en la Marina de Guerra. Por supuesto el padre del muchacho se quejó amargamente ante ella, reclamando además sus doscientos pesos, que no le fueron devueltos. Las bromas al respecto fueron despiadadas y al año siguiente Pedra se marchó a Chacabuco, sólo a curar con yuyos y lo último que se supo de ella era que se había mudado nuevamente, esta vez a Alberti, donde seguía atendiendo.

Hay muchos nombres de curanderos y adivinos que brindaron sus servicios en aquellas viejas épocas donde los médicos eran escasos y la gente «común» se sentía más cómoda atendiéndose de maneras alternativas.

Entre las adivinas no podemos dejar de mencionar a Sara Martínez, tiradora de cartas, de modales finos, que vestía a la última moda. Atendía en la calle 20 y su clientela era mayormente de la zona del «centro».

Brindaban sus servicios al público, también, el «Viejito Jaime»; Petrona Miranda de Lescano, curandera; Telma Flores, que residía en la calle 16, curaba con yuyos, tenía un altar y más de veinte gatos; Paula Higueras, en calle 20 y 31, a la que acudían las familias más distinguidas de la época; Elena Ledesma, curandera del agua fría, que atendía en 28 y 35…

Por su parte, estaba Escolástica Benítez, vecina del barrio de los Sapos, nacida en Navarro y llegada a Mercedes en 1874. Se rumoreaba que había llegado a la ciudad buscando refugio debido al asesinato de José Melquíades Ramallo y Juan Caracoche, en el que habían estado involucrados además de su padre, Juan Moreira y Julián Andrade, su inseparable compañero.

«La Escolástica» como se la llamaba, curaba daños con amuletos envueltos en género verde o rosa, paquetitos de ruda o eucaliptus macho. También vendía empanadas…

Otros servicios muy requeridos eran los de don Blas, alias el Pichiguelo, guardabarrera en calle 31 e/40 y 42, que alternaba el trabajo en el ferrocarril con el de curandero; Nicolás Picolomini en calle 31 e/44 y 46, que curaba la ojeadura y las lombrices con ruda y ajo picado; Rosa Bracho, también curaba las lombrices, pero con agua e hilos cruzados y María Otero, que había logrado combatir una plaga de isocas en un campo sembrado con porotos dando vueltas alrededor de la plantación haciendo continuamente la señal de la cruz.

 

Fuentes: Adivinas, fantasmas, cuchilleros y otros ensayos y La sangre en las esquinas, Raúl Ortelli

 

 

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