Se conoce como Tratado de Paz y Amistad al acuerdo firmado entre Argentina y Chile en la Ciudad del Vaticano, el 29 de noviembre de 1984, bajo el arbitraje del Papa Juan Pablo II y que determina «la solución completa y definitiva de las cuestiones a que él se refiere», esto es, la fijación del límite entre los dos países desde el canal Beagle hasta el pasaje de Drake al sur del cabo de Hornos. El tratado finalizó el conflicto que llevó a ambas naciones hasta el borde de la guerra en diciembre de 1978.
Es 22 de diciembre de 1978 y en el extremo austral del planeta la Armada de Argentina avanza con el fin de tomar las islas Picton, Nueva y Lennox. La escuadra chilena detecta el movimiento y sale a su encuentro. La tensión en la frontera es elevada y en algunos sectores del sur los soldados se ven las caras. De pronto, a las 18.30 horas, la Armada argentina retorna. La guerra, que debía comenzar el 23 de diciembre, no se concreta.
Esta historia comenzó en 1971, cuando ambos países firmaron un compromiso de arbitraje para zanjar la soberanía de las islas. Una corte arbitral determinó el 22 de mayo de 1977 que la soberanía era chilena.
El gobierno argentino, en ese entonces al mando de Jorge Rafael Videla, consideró este fallo como «insanablemente nulo” e intentó, mediante presión diplomática basada en su poderío militar, forzar a Chile a negociar. Fracasado dicho plan, se dió paso a la «Operación Soberanía”, cuyo objetivo era invadir Chile y tomar las islas por la fuerza.
El periodista argentino Bruno Passarelli, autor del libro «El delirio armado” (Sudamericana, 1998), subraya que el conflicto distaría de ser un trámite, y revela que el embajador de EE.UU. en Buenos Aires, Raúl Castro, dijo al general argentino Carlos Suárez, uno de los más duros impulsores de una guerra con Chile, que «no va a ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una guerra total en la que los muertos de ambas partes, solo en la primera semana, se ha calculado que serán unos 20.000”. Para Passarelli, «esto da una idea de la catástrofe que estaba por desencadenarse”.
Se esperaba un conflicto a lo largo de toda la frontera, y los planes chilenos eran luchar también en el norte, invadiendo territorios que luego servirían para canjear los que pudieran perderse en el sur.
En Argentina, los ciudadanos salían a despedir a los soldados y se hacían ejercicios de oscurecimiento de ciudades.
En Chile se hablaba bastante menos del asunto. A diferencia de Argentina, mantuvo la calma.
Passarelli describe cómo se vivía la posibilidad de un conflicto armado en Argentina. «Los vientos de guerra fueron compartidos por la mayoría de los argentinos con un entusiasmo inconsciente, porque el país vivía una etapa de irresponsable euforia. Argentina había ganado ese año el Mundial de fútbol.
Esos vientos de guerra eran un problema para Chile. Con un embargo de armas por las violaciones a los derechos humanos, el país debió recurrir al mercado negro para abastecerse.
Argentina, pese a tener una dictadura tanto o más terrible que la chilena, disponía de libre acceso a material bélico. El único problema que podía frenar a los argentinos era que quedarían, ante la comunidad internacional, como los agresores.
Afortunadamente para ambas naciones en conflicto, el Papa Juan Pablo II ofreció a última hora actuar como mediador y logró conservar la paz.
Fuente: Deutsche Welle