El interrogante puede parecer erróneo o insólito, incluso “traído de los pelos”, pero lo planteo, y lo comparto, con la intención de poner en evidencia ciertas acciones, reacciones y comportamientos de muchos vecinos y vecinas de Mercedes, también recién llegados, visitantes y nuevos habitantes, respecto a la concepción que, evidenciada en acciones, tienen sobre el uso del espacio público.
Cuando hablamos de lo público nos referimos a todo aquello que nos es común, y disponible para todos, algo así como una realidad compartida. También puede entenderse como ámbito de formación democrática de la opinión pública, en torno de temas de interés general; como espacio de participación y manifestación con fines sociales, políticos, cívicos, etc., etc. La Plaza del Hospital o la Plaza San Luis, son una de tantas muestras de espacios de encuentro y reunión entre grandes y chicos.
Plaza Belgrano
En nuestra Argentina occidentalizada, estaría representado por las instituciones, los intereses, los espacios verdes, calles y veredas, así como los bienes y los servicios disponibles para todos los ciudadanos con todas sus diversidades, y también para las diversas pluralidades. La ciudadanía es plural, hoy más que nunca.
“Lo público es un proceso producido por las relaciones y las prácticas sociales que alude a lo colectivo y al sentido de comunidad entre sujetos diferentes” (Hannah Arendt).
Por ejemplo, el pasado 24 de marzo de 2025, un grupo de ciudadanos y ciudadanas nos reunimos en la Plaza San Martín y nos manifestamos a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Estrechamos vínculos y nos expresamos en la plaza principal transformándola transitoriamente en un escenario de encuentro por una causa común.
Me interesa reflexionar alrededor de las diferentes concepciones que tenemos en Mercedes sobre el espacio público y cómo esa concepción es puesta en práctica día tras día por cada uno de nosotros y qué podemos hacer para unificar criterios, tanto conceptuales como de comportamiento, en aras de una convivencia sostenible.
Cada uno de nosotros, con diverso protagonismo, generación tras generación, hemos venido cumpliendo un papel trascendental en tanto integrantes/parte en la sociedad, desarrollando actividades socioeconómicas, político-culturales, sociales, deportivas, contribuimos y somos parte de esa construcción colectiva. Los corsos, en época de Carnavales, son una muestra concreta de ello. Y hemos construido muchas otras manifestaciones de similar importancia cultural y social que hasta hoy perduran. Lo hicimos en comunidad.
Distinto es el concepto de LO PRIVADO. Casi no hace falta definirlo, pero, refiriéndonos solo a la experiencia, puede entenderse como todo aquello que sucede puertas adentro, no a la vista de todos, ni al alcance de todos. Sería todo aquello particular y personal de cada individuo o grupos de individuos.
Ya sea individualmente, o en distintos agrupamientos, también nos desarrollamos en forma privada. Algunos aspectos de los bienes materiales, intereses, familia, trabajo, creencia, ideología, etc., etc., forman parte del mundo de “lo privado”.
Dicho esto, y con cierta mirada simplificadora, parece que resulta nítida la distinción entre “lo público y “lo privado”. En la práctica, estos ámbitos están íntima y necesariamente relacionados, ambos sostendrían algo así como una convivencia equilibrada y armónica, aparentemente sin tensiones.
ERROR. La realidad que diariamente compartimos nos dice que desde hace mucho tiempo se viene acentuando la subordinación de lo público a lo privado, con el predomino de lo privado como interés principal, lo que afecta el sentido colectivo de lo público como espacio de todos.
Así, lo público y particularmente, nuestras prácticas, en el espacio público, se vienen transformando regresivamente, convirtiendo lo social en un enjambre de ciudadanos extraños entre sí, cada uno regido por una lectura individual y privada de la realidad, ensimismados y agrupados solamente en comunidades de iguales. Lo distinto, lo diverso queda afuera, expulsado.
Agrupándonos entre iguales además pasamos a ser sutilmente blanco de los medios de difusión hegemónicos que imponen un discurso monocorde, ya sea para convertirnos en autómatas y alienados consumidores compulsivos y/o en sujetos indiferentes de lo que pueda sucederle al otro.
Tan es así que, cada día se advierte que la participación de los ciudadanos en asuntos públicos va decayendo, transformándose en asuntos meramente de responsabilidad formal, a punto tal que nos relacionamos con el Estado en actitud de sumisa conformidad, y la desconfianza, rasgo actual de las interacciones sociales, crece y se consolida, produciendo, en el encuentro con el otro, sensaciones de inquietud y temor.
Si a lo anterior le sumamos que la desigualdad y la pobreza aumentan día a día, al punto tal que ya dejamos de ver “al otro” como un par, y reaccionamos “encerrándonos”, dándole una importancia cada vez mayor al espacio personal, intimo, privado y familiar, casi despreciando lo común, “lo público” se convierte en un escenario atemorizante y las relaciones comienzan a transitar por desiguales andariveles de poder.
Miramos “al otro” con indiferencia y desconfianza, ya no me importa, solo yo existo, mi familia, mi trabajo, mi auto, mis vacaciones, mis ahorros, mi negocio, y sin darnos cuenta caemos en las redes del capitalismo individualista por excelencia.
Esta actitud es contraria a las lógicas de convivencia, sobre todo cuando hacemos uso del espacio público. Lo privado va avanzando sobre lo público, transformando la realidad social, y subordinando lo común y lo colectivo a sus propios intereses, producto de una egoísta concepción.
De esta forma se ve afectada la relación con nuestros vecinos, con nuestros conocidos, con familiares y amigos. Terminamos encerrados en nosotros mismos, y sin importarnos el otro, nos perdemos la posibilidad de hacer nuevos amigos, de construir en comunidad.
Veamos algunos ejemplos
El propietario de una casa antigua, que la refacciona para convertirla en locales comerciales, refacción que incluye el cordón de la vereda con supuestas entradas para auto, excusa perfecta para extraer añosos Plátanos. O los dueños de ciertos comercios que techaron la vereda para instalar mesas, sillas, sombrillas y macetas. Otros en cambio directamente extrajeron los árboles existentes y los reemplazaron por canteros con verdes arbustos. Tampoco faltan los comerciantes que apilan cajas de cartón y cajones de madera vacíos, esperando que alguien se los lleve
Cajas esperando ser llevadas
Están también aquellos que, hace décadas “talaron” el arbolado urbano frente a su domicilio, y hasta hoy pueden verse los “tocones”, sin haber hecho el más mínimo esfuerzo para su reposición. Y aquellos a los que se les ocurrió construir un cantero de cemento, o un cerco de hierro alrededor de cada planta. Abundan por toda la ciudad.
Corralito
En esta época sobran los que, ante la llegada del otoño, por su cuenta “podan” los árboles del frente de su vivienda, como si supieran, destrozándolos literalmente.
Distribuidoras de alimentos y bebidas que suelen ocupar las veredas con sus mercancías, estacionar en ellas los auto elevadores, incluso interrumpir, con cintas de peligro y/o conos reflectivos, el tránsito por su cuenta para descargar los camiones.
Motociclistas que circulan sin casco, con más de un acompañante, generalmente niños, que se adelantan por la derecha, sin luces, sin patente, con escape libre. Así como ciclistas y motociclistas que circulan por la vereda, y ciclistas, motociclistas, y automóviles que circulan en contramano.
Faltan pintar sendas peatonales, pero están aquellos que, ante la luz roja de un semáforo, se detienen sobre la senda peatonal; otros circulan sin patente, a mayor velocidad de lo permitido, y quienes que no ceden el paso a los que vienen por su derecha o están circulando en una rotonda.
Un semi en la ciudad
El tránsito de vehículos pesados, de máquinas viales, semi remolques y cuatriciclos por calles no habilitadas para ello. Así como la “viril primereada” de las camionetas 4×4 en cada esquina, vengan por la derecha o por la izquierda.
Los volquetes sin cintas reflectivas, y las motos estacionadas en las veredas, obstruyendo el paso de peatones. Los que depositan muebles, electrodomésticos en desuso, o apilan ramas, escombros y tierra eternamente, en la vereda o en la calle, sin señalizar.
Los vecinos que sacan residuos extraordinarios y llenan los contenedores reservados para los residuos considerados domiciliarios. No faltan los que salen cada noche con su propio envase de residuos y los arrojan al contenedor municipal, a granel, sin embolsarlos.
DESTACO: Aquellos que no se hacen cargo de recoger las heces de sus perros.
Estos son solo algunos ejemplos de observaciones cotidianas que, lamentablemente, se han normalizado entre nosotros. Cualquiera podría pensar que estas actitudes están íntimamente relacionadas con el desconocimiento de la normativa vigente, pero resulta difícil asimilarlo.
Los ciudadanos tenemos Derechos y Obligaciones, y al cabo de más de 40 años de haber recuperado la vida en Democracia, nadie puede aludir su desconocimiento. También el Estado las tiene, y bajo ninguna circunstancia debe retirarse de la vida cotidiana. El Estado siempre debe estar presente. Que la sociedad advierta un Estado ausente, juega en favor del “sálvese quien pueda”
Solo “educando al soberano” podremos aspirar a convivir en armonía y diversidad, respetando al otro. La pelota está en campo del Estado, pero es responsabilidad de todos.