Yo no pretendo glorias ni homenajes, solo trabajo por la libertad de mi Patria (M.M de Güemes)
Esta semana, en Salta, cotejaron dos Argentinas.
La una, digna, franca, orgullosa de sus orígenes y próceres.
La otra, encaramada en el poder, mezquina, amañada y deshonrosa.
Se cumplía este 17 de Junio el Bicentenario del fallecimiento de uno de los próceres más emblemáticos de nuestra historia; Don Martín Miguel de Güemes. Un héroe popular en su tierra y admirado en todo el país.
Es que mucho le debemos a este gaucho patriota y a toda su gente. Salvaron a la Patria cuando todavía no teníamos asegurada la sobrevida de nuestro suelo.
El líder norteño no es sólo admirable por sus hazañas bélicas, también por su vida misma. Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte nace en 1785 en su querida Salta, en el seno (como podemos ver) de una familia acomodada. Es el hijo de un funcionario público español y hacendado y su madre, María Magdalena de origen jujeño era descendiente del fundador de Jujuy, Francisco de Argañaraz.
No fue un guerrero improvisado ni espontáneo. Primeramente, sus padres, les dieron a los ocho hermanos Güemes una educación de maestros y profesores domiciliarios. Luego se enrola a los 14 años en el Regimiento Fijo de Infantería, que tenía una sede en Salta. En 1805 es convocado a Buenos Aires que se prepara ante un eventual asedio inglés. Participa en las Invasiones Inglesas protagonizando su primera proeza; tomar con un grupo de caballería el buque inglés Justine encallado frente a Retiro.
Con el estallido Revolucionario en Mayo de 1810 sería, con su familia, un acérrimo defensor de la misma, desde sus comienzos hasta su muerte. Fue una década de compromiso absoluto con la causa de la Independencia, tanto, que hacen a estas líneas muy escasas. Sumó victorias y derrotas, creó la División Infernal de Gauchos de Línea, con su ropaje militar y sus inconfundibles ponchos rojos. Perfectamente adiestrados, podían ser una tropa de caballería o de infantería indistintamente. No eran irregulares y mucho menos improvisados. Formaban parte del Ejército de Observación nombrado por San Martín, del cual Güemes fue su General. Siempre secundado por su leal hermana, la patriota María Magdalena “Macacha” Güemes que tanto hizo por todos nosotros.
Garantizaron no sólo la Declaración de la Independencia en 1816 sino que establecieron un cerrojo infranqueable en el norte argentino que las mejores tropas españolas no pudieron romper en sus más de siete intentos, cubriendo las espaldas de la campaña sanmartiniana en Chile y el Alto Perú.
Leamos lo que el general español Joaquín de la Pezuela, escribió en sus Memorias: “Las pocas huestes de Güemes… armados con lanzas que llaman chuzas y piedras enlazadas con cuero que llaman boleadoras les bastaron para vencer a nuestros ejércitos reales que llegaron de refuerzo desde España y superaban en número de entre 30 y 40 veces a esos centauros. Jamás en mi vida militar vi algo igual… nuestros soldados realistas nada podían hacer contra la velocidad, fiereza y gallardía de esos fantasmas que aparecían y desaparecían de un modo inexplicable… vayan mis respetos a esos americanos que casi sin armas ni pertrechos ni tropa suficiente vencieron a uno de los mejores ejércitos de la tierra”.Ese respeto que ganó Güemes de sus acérrimos enemigos, no lo tuvo de la más alta magistratura argentina.
En una decisión imperdonable, este año, el año del Bicentenario de su partida, no permitieron la tradicional vigilia nocturna en torno a su monumento. Fogones, cánticos, caballos preparados por las agrupaciones gauchescas para tan magno acontecimiento fueron prohibidos y rigurosamente alejados.
Mientras tanto se permitió la irrupción de manifestantes de agrupaciones militantes llegados en colectivos y portadores de pulseras y contraseñas. Fue la afrenta más innoble que pudiera darse a este pueblo, admirador de un líder popular; corajudo e íntegro, como hoy no se encuentra.
En su lecho de agonía fue tentado por las fuerzas españolas a rendirse y poder ser curado (sufría hemofilia y por tanto su muerte era segura sin la atención adecuada). Lo querían lejos y vencido.
Pero este hombre, rico en los orígenes de la vida y cubierto de gloria y respeto en su muerte, hizo jurar a sus gauchos-soldados que no se rendirían y que seguirían peleando hasta el último hombre. Fue obedecido en su decisión y los españoles finalmente expulsados para siempre de nuestra Patria.
El General Güemes, sus gauchos, el pueblo salteño y todos los argentinos exigimos un desagravio a esta deshonra. No por su memoria, sino por nuestro presente y el futuro del país. Su figura y todo lo que ella representa está bien custodiadas por la gente que lo ama y respeta. Por suerte para nuestra Patria, el General Güemes y sus Gauchos Infernales seguirán galopando en el viento, portando sus chuzas de libertad y el estandarte azul y blanco en el centro de sus pechos. Con su mensaje de obstinado patriotismo en lo más profundo de nuestros corazones. Ahora y siempre.
¡¡Viva la Patria!!Oscar Dinova Escritor Mercedino