El asentamiento inicial de Mercedes creció rápidamente y en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX se transformó en un verdadero polo de desarrollo agrícola regional.
La ciudad tenía para 1855, poco antes de la fundación del hotel Nogues: «dos escuelas del estado, una iglesia (…), dos plazas, cuatro escuelas, 52 casas de azotea, 473 de ladrillo con techo de paja, 816 de quincho, tres boticas, 16 tiendas, 37 almacenes, 2 confiterías, 42 pulperías, 4 billares, 5 sastrerías, 13 carpinterías, 4 herrerías, 2 laterías, 8 zapaterías, 2 platerías, 5 panaderías y 23 atahonas y 13 hornos de ladrillos».
Como puede verse, no figura ningún hotel.

Más tarde, en 1857, quedaría establecida la primera Municipalidad y en 1868 el Ferrocarril del Oeste que se instaló en el lado opuesto de la ciudad.
En la zona en la que se erigiría el Hotel Nogués, el tren llegó recién en 1886, acelerando el cambio urbano de este área de la ciudad.
El edificio al que nos referimos en esta nota es posible que haya sido el segundo hotel de Mercedes, ya que se sabe que el Hotel del Globo funcionaba en los Altos de Torralba, ubicado en la esquina céntrica de las cales 26 y 27, estando en servicio, al parecer, desde 1854. El propietario era el señor Casaux, francés al igual que uno de los dueños del Hotel Nogués, el que fue fundado con el obvio y ostensible nombre de Hotel Francés.
El único dato disponible sobre su fundación, al menos de que se dispone por el momento (y que sin duda debe ser revisado) es la referencia a su establecimiento en 1863, cuyos propietarios fueron Luis Queirolt y Luis Paget. En 1870 el segundo dejó su lugar a Luis Chapuís. Más tarde lo adquiere el empresario Francisco Nogués, dueño también del molino harinero del mismo nombre. Otros propietarios, a través del tiempo, fueron don Rafael Buadas, que se lo vendió al señor Berton. A este se lo adquirieron los hermanos Rocca y finalmente se hace cargo don Segundo P. Contín, quien construyera más tarde el Gran Hotel Mercedes en la esquina de las calles 29 y 16.

Originalmente, el Hotel Nogués tuvo una planta en L apoyada sobre la esquina dejando todo el resto del terreno vacío. Al menos desde finales del siglo XIX el uso del lote estaba claramente dividido en dos mitades: sobre la esquina y apoyado sobre la calle 25 estaba el hotel ya en su segunda etapa constructiva, con planta rectangular con patio central. Una galería techada corría todo a lo largo del patio bordeándolo y abriendo a las habitaciones. Se entraba por la esquina, la que al menos en dos oportunidades fue remodelada en el mismo siglo XIX. Sobre la calle 12 había un zaguán que entraba directamente al patio, de tal forma que los huéspedes tenían acceso al bar, salón de fiestas y comedor y de allí al patio, o directo a él por la puerta del zaguán.

Se supone que posteriormente la planta, en forma de patio rectangular rodeada por los cuatro lados por dependencias y un lote lateral con obras anexas, debió hacerse hacia 1875.
Asimismo, en la segunda mitad del terreno se cree que se alzaba la casa del propietario. En algún momento en los inicios del siglo XX se construyó una ampliación que fue la base para que en 1945 se hiciera un anexo del hotel. Antiguamente allí estaban las caballerizas y posiblemente todos los servicios. Con los años fueron agregándose la cocina, el galpón, baños, pasillos y otros espacios menores.

Según trabajos de arqueología urbana llevados a cabo por el arquitecto, historiador y arqueólogo argentino Daniel Schávelzon, el edificio, como toda arquitectura, tuvo cambios en el tiempo, y si bien no se han hallado evidencias arquitectónicas de los primeros años durante los que, según los planos, era una construcción muy chica en la esquina, se ha logrado entender las dimensiones, ubicación y desplante del patio central y sus construcciones envolventes de la segunda época. Se ha logrado observar en gran parte los sistemas constructivos de mampostería de ladrillo y baldosas francesas e incluso la decoración del patio con rocallas en una fuente; incluso se encontraron pizarras que debieron usarse en alguna parte del edificio para mostrar prestigio ornamental. También se pudo observar que en una segunda gran etapa a su vez se produjeron cambios al menos en la infraestructura, lo que posiblemente implica modificaciones en baños y cocina. Han sido observados en las medianeras los hermosos -ahora casi borrados- restos de pinturas murales y estarcidos que decoraban los salones y habitaciones. Todo eso lleva a concluir que era un hotel que, de vista y funcionamiento, era de una categoría que se mostraba por todas partes y hacía uso y abuso de su afrancesamiento incluso en el patio-jardín.

Bajo tierra, el sistema de recolección de agua por ejemplo, cambió mucho en el tiempo: el primer pozo bajaba a la napa directamente y el agua debió ser, como en toda la zona, salobre y contaminada; los pozos ciegos de las letrinas estaban a pocos metros de distancia. Los viajeros que llegaban al gran hotel con el nuevo ferrocarril y lujosa estación, dormían en buenas camas pero les daban de comer con un agua que estaba lejos de ser limpia. Los baños deberían distar mucho de ser sitios siquiera para permanecer breves minutos en ellos.
La construcción del gran aljibe debió ser importante para el hotel y sus huéspedes ya que significó por primera vez el acceso a agua no contaminada, sin sabores fuertes, decantada. Es cierto que quienes llegaban, si lo hacían de las grandes ciudades, venían de mundos en que ya existían las aguas corrientes y cloacas; para algunos era un descenso en salud e higiene, pero para otros debió ser todo un lujo.

Su demolición, en la década de 1970, fue un evento recordado por la venta de los objetos del edificio, incluyendo el estaño del mostrador, lámparas y mobiliario original, con gran dolor para muchos pobladores para quienes la memoria del lugar era importante.
Es destacable que por ese hotel pasó largas temporadas Florentino Ameghino. Fue también lugar de paso para muchos viajeros de su tiempo. Se alojaba en él, habitualmente, don Pedro B. Palacios (el poeta Almafuerte) y es recordado el banquete que se ofreció al presidente Nicolás Avellaneda, acompañado por el Gobernador de Buenos Aires, doctor Carlos Casares, entre otras figuras de la época, en ocasión de su visita a la ciudad para la inauguración del edificio de la carcel. Las polémicas que allí se generaron quedaron indelebles en la memoria de la ciudad.
También han pasado por allí José Hernández y Adolfo Alsina.
Fuentes: Arqueología de Buenos Aires, Daniel Schávelzon / La Sangre en las Esquinas, Raúl Ortelli