En el rectángulo conformado por las calles 3 a 15 y 12 a 18 se encontraba el barrio del Tambor, lugar en el que se mezclaban familias trabajadoras con personajes afectos al juego y la vagancia.
Hay varias versiones acerca del origen del nombre. Sin embargo, hay una que sobresale del resto y que se vincula al barrio del Molino. Según parece, en el siglo XIX en la planta industrial de Cores funcionaba una máquina que producía el mismo sonido que el instrumento musical y que se escuchaba a todo lo largo y ancho del barrio.
Personas reconocidas nacieron en ese lugar, como es el caso de Raúl Ortelli, escritor e investigador incansable, hombre cordial y generoso, que supo describir como nadie la historia de nuestra ciudad, quien residió de pequeño en calle 18 e/3 y 5.
En calle 9 e/12 y 14, nació Ana Sampol de Herrero, mujer destacada de las letras, autora de Héroes sin nombre, Mito Luján, Cuentos ejemplares y El mundo de cada uno, entre otras obras y «madrina» del nombre del diario La Hora.
Más tarde, Ana supo vivir en la finca que aún hoy se encuentra en pie, de la esquina de las calles 21 y 26, proyectada por el arquitecto Bustos Fernández y restaurada recientemente, donde también residió el reconocido doctor Ignacio Garcerón.
Por su parte, Tito Carella, prestigioso hombre de letras, vivió desde niño en calle 17 e/12 y 14.
Por último, pero no por ello menos importante, el barrio del Tambor fue cuna del doctor Alfredo Calcagno, que adquirió fama mundial en ciencias de la educación, fue legislador nacional, delegado permanente de Argentina ante la UNESCO, presidente, rector y guardasellos de la Universidad de La Plata y escritor, que nació en calle 9 e/12 y 14.
Además de distinguidas personalidades mercedinas, por el barrio solían andar cuchilleros de renombre, como Miguel Sánchez, Pascual Ledesma, Doroteo Gorosito y Cayetano Donatone. También eran de allí Melcíades Maldonado, José Avila, Pedro Adaro y otros aficionados a la pelea y el alboroto.
La mayoría de estos hombres se manejaban exclusivamente dentro del barrio. De su casa al trabajo (cuando trabajaban), al almacén de copas y, de vez en cuando, a la comisaría o a la carcel.
En el mismo barrio había negocios emblemáticos cuya fama perdura en el recuerdo. Estaban la panadería Del Mortero en 14 y 15; el almacén de la Buena Medida, de Pedro Bertollo en 12 y 15, frente a la herrería de Pedro Bernachi; la curtiembre creada en 1878 de Tealdi, en 16 y 9; el almacén de José Perazzo, en 16 y 13, lugar concurrido incluso por hombres que solían portar cuchillo en la cintura. También estaba el almacén de D´Andrea en 15 y 16 y el de Onetto en 13 y 14.
En calle 14 e/13 y 15, se podía comprar calzado en la antigua zapatillería de los Vitetta y comer en el restaurant de Révora.
Como nota de humor local, recordamos a un colchonero que trabajaba en el barrio a quien los vecinos apodaban «el rápido», broma local por el enorme tiempo que tardaba en terminar sus trabajos.
Destacables eran la carbonería y fábrica de escobas de Enrique Arfanotti, en 12 y 13; el establecimiento de acopio de cereales de Severo Gubernatti y también el de Pascual y Alejandro Camarotta; la fábrica de carruajes de Luis Pagés y la sodería de Guillermo Panizza y Lorenzo Basso.
Y como no mencionar el boliche de doña Catalina, en 18 y 9, donde en sus fondos solía jugarse a la taba, con apuestas abundantes y el almacén del «gordo» Lorenzo Carcagno que vendía artículos familiares.
Fuente: La sangre en las esquinas, Raúl Ortelli
