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viernes, agosto 1, 2025
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BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: ROMANCE AL NEGRO MARIÑO

Lo vi cuando yo era chico

allá en el barrio del sapo.

El boliche de mi abuelo

estaba por ese lado

y yo me largaba solo

dos por tres, a visitarlo.

Entonces lo vi a Mariño.

(Quizá me asusté al mirarlo

por su negrura tremenda,

por esos tremendos labios,

por sus dedos como ramas,

por su sonrisa de esclavo).

Igual que lo vi de chico

lo vi después, con los años.

El tiempo le resbalaba

al negro, sin penetrarlo!

Por la dieciseis al fondo,

por allá, tenía su rancho.

No le conocí mujer

ni le conocí trabajo.

Tenía la sangre cansada

por el cansancio africano

que daba hondura a sus ojos

y daba ritmo a su paso.

(Se bamboleaba, al andar,

como una tira de trapo).

¡Pobre Mariño! Lo veo

con su guitarra en el brazo,

con su sombrerito gris,

con su saquito cruzado.

Siempre usaba el mismo atuendo.

Igual invierno y verano.

Con alpargatas del doce

y a veces con «lengue» blanco.

No tuvo fama de nada

y menos de guapo.

No pasó de mandadero

de los varones de barrio.

Para guapear por entonces

con un Narice, un Romano

se precisaba un color

que el Negro no tuvo a mano…!

La verdad: fue un niño grande.

Risas, ademanes, saltos.

O entreteniendo en los corsos

o cantando por un vaso.

Mientras no tuvo guitarra

una escoba vino al caso

y le vi poner mil veces

cuerdas de paja a su canto.

¡Pobre Mariño! Murió

como se murieron tantos.

La muerte no hace distingos

y hoy que está muerto, lo extraño

cuando recorro las calles

de los veredones altos.

Allí lo vi cuando chico.

Allí lo sigo mirando.

Para su vida de negro

vaya este recuerdo blanco.

 

Fuente: Romancero de la Guardia, Albor Ungaro

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