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lunes, julio 28, 2025
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BREVES HISTORIAS DE MERCEDES: LOS FANTASMAS DEL BARRIO DE LA ALEGRIA

Durante años, se decía que por la zona delimitada por las calles 39 y 34 hasta 46 y 41, era propensa a sucesos esotéricos que se tenían por ciertos y que erizaban la piel de los vecinos que preferían evitar recorrer sus veredas cuando caía la noche. Solía hablarse de apariciones, entre otros, de «El Fantasma» y «La Viuda».

Cuentan tres muchachos mercedinos, Eduardo Coudet, Alfredo Rudoni y Ernesto Suárez,  que una madrugada, volviendo de un velorio, se toparon con «El Fantasma». Figura en extremo delgada y de al menos un metro ochenta de estatura, vestía de negro desde el calzado hasta el sombrero, un tanto echado hacia adelante, como para ocultar su rostro, que a los tres amigos les pareció macilento, horrible… Los tres bajaron la vereda y rápidamente tomaron por la 34 caminando por el medio de la calle.

Noches después, en un lugar cercano, calles 36 y 37, también de madrugada, «El Fantasma» fue visto por José Peyruc y Raymundo Morales.

Por su parte, Vicente Oreza, que tenía un negocio en la esquina de 34 y 41, dijo haber visto a la tenebrosa figura parada frente a su negocio, permaneciendo allí inmóvil, impresionantemente quieto. Oreza radicó luego una denuncia.

El mismo personaje, en la misma extraña actitud fue visto otras veces.  Una madrugada, Juan Loffiego, cuenta haber visto en la ochava de 30 y 37, en el almacén de Dionisio Peyruc, recostado en la puerta casi como pegado a ella, a «El Fantasma». Loffiego siguió su camino, pero tras un breve trecho volvió sobre sus pasos. Pero el sujeto ya no estaba.

Esta era otra de sus características predominantes, desaparecer con rapidez asombrosa, sin hacer ruido ni dejar rastros.

El oficial de policía Angel Pereyra, hombre al que, al parecer, no asustaban bultos ni sombras, solía contar que cierta noche había quedado petrificado cuando se topó con «El Fantasma» en la ochava de la esquina de 35 y 36. Lo describía como una figura tiesa y negra, apoyada en la pared.

En el libro «Adivinas, Fantasmas y Cuchilleros» de Raúl Ortelli, se relatan otros hechos ocurridos en las calles del lugar: «En el barrio de La Alegría, allá por 37 y 38, donde se unían dos calles cerrando el paso, para formar un rincón sombrío, solía aparecer el penitente cuya sola mención era motivo de terror. Cubierto con un amplio género blanco se presentaba a altas horas y se asegura que sabía sacar ventajas del terror provocado…

 

Juan Fregossi, ex empleado policial y hombre de coraje reiteradamente probado, tuvo un extraño encuentro con un «perro» en aquel lugar sombrío de 37 y 38. Serían las dos de la mañana. El caballo al espantarse tiró al jinete. Al levantarse pudo ver, como a cuatro o cinco metros de distancia, al «perro» parado en dos pata, un hombre, sin ninguna duda, cubierto con una horrible pelambre… Fregossi le efectuó un disparo y enseguida otro. El «perro» cayó pesadamente y cuando Fregossi corría hacia el caballo, distante unos ocho metros, vio que de nuevo trataba de aproximársele. Fue entonces que le efectuó otro disparo y tras esto, montando se alejó del lugar.

El mismo Fregossi contó esta historia a Ortelli, cuando ya habían pasado treinta años desde el suceso. «Es algo que no olvidaré nunca, pude hacer otros tiro más. Pero en aquel momento pensé que nunca podría matar o herir a esa visión espantosa», recordó.

¿Quién era y que buscaba este sujeto vestido así y aparecido impávido, como estático, en aquellas esquinas del barrio de La Alegría, cuyas calles y paredes a veces salpicó también las sangre de las peleas?.

Nadie pudo nunca saber que buscaba. Lo cierto es que las historias de apariciones ya en ese entonces tenían larga data. Se sabe de otros sucesos parecidos ocurridos entre los años 1918 a 1925. También un diario de 1895 reflejaba en sus páginas otros hechos paranormales contados de boca en boca acerca de una figura idéntica en esas mismas esquinas.

Hay quienes dicen que se trataba de personas disfrazadas, que no actuaban así solo por el simple gusto de asustar a los desprevenidos transeúntes, sino que lo hacían también con fines de robo.

 

Fuente: La Sangre en las Esquinas, Raúl Ortelli

 

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